viernes, 2 de mayo de 2008

Elizabeth Bathory. 2 Parte


Para el momento en que murió el Conde Ferencz, Elizabeth contaba con 40 años, y el paso del tiempo había dejado su marca en su lozana piel. Poco a poco había desparecido la belleza de antaño que tanta admiración había causado en la corte de Hungría y cuyo esplendor era legendario más allá de las fronteras del reino.

Elizabeth intentaba cubrir sus arrugas usando cada vez más cosméticos. Pero eso no hacía más que disfrazar a duras penas la penosa realidad. Elizabeth estaba envejeciendo y perdía su belleza.

Fue producto del azar. Un hecho fortuito que cambió su vida para siempre, y con ella, la de cientos de doncellas...

Una joven sirvienta haló por descuido el cabello de Elizabeth mientras lo peinaba. La furiosa Condesa propinó a la doncella tales bofetadas que la hizo sangrar profusamente por la nariz. La Condesa no se detuvo al ver la sangre, sino que continuó con el cruel castigo. Tanto fue así que la sangre salpicó su rostro y su mano. Elizabeth creyó que las zonas de su piel en las que había caído la sangre de su doncella lucían más lozanas y que habían adquirido la juventud y frescura de la castigada joven.

De inmediato mandó a llamar a Ujvary y a Dorka y les ordenó desvestir a la doncella. Acto seguido les dio la orden de cortar sus venas y de llenar con la sangre una bañera de fina porcelana. Luego Elizabeth entró y se bañó en la sangre de la joven. Estaba segura de haber encontrado el secreto de la juventud eterna. El vampirismo le daría la inmortalidad. Había descubierto que la sangre es la fuente de la vida.

Durante los 10 años siguientes los ayudantes de la Condesa llevaron al castillo a jóvenes de las aldeas circundantes, con la excusa de que trabajarían como sirvientas para Elizabeth Bathory. Tras las paredes de la fortaleza, las doncellas fueron mutiladas para que la Condesa pudiera bañarse en su sangre. A veces Elizabeth incluso llegaría a beber su sangre para hacer resplandecer su belleza interior.

Poco tiempo después Elizabeth se dio cuenta de que la sangre de las simples campesinas tenía poco efecto sobre la calidad y lozanía de su piel. Necesitaba mejor sangre. Entonces empezó a escoger chicas de la nobleza. Ellas también cayeron víctimas de la misma forma que las jóvenes aldeanas.

Pero con el paso de los años Elizabeth Bathory y sus cómplices empezaron a ser descuidados en sus acciones y a dejar cada vez más pistas de sus crímenes. Los aldeanos de las aldeas circundantes habían empezado a sospechar del destino de las chicas desaparecidas y el rumor corrió como pólvora. Tales historias de horror llegaron a oídos del Emperador de Hungría. Éste ordenó al Conde Cuyorgy Thurzo, quien era primo de Elizabeth, investigar qué ocurría en el castillo Csejthe.

El 30 de diciembte de 1610 un grupo de soldados entró de noche al castillo Csejthe bajo las órdenes del Conde Thurzo. Aquel grupo de hombres no sospechaba las horribles escenas que verían dentro de las paredes de la fortaleza Bathory. En el corredor principal yacía el cuerpo desnudo y mutilado de una chica, sin una gota de sangre. Otra colgaba del techo con las venas cortadas y su sangre llenaba la bañera de la Condesa Bathory. En los calabozos del castillo encontraron otras chicas que esperaban el momento de su muerte. En una habitación cerrada con llave encontraron 60 cuerpos desmembrados de sirvientas que habían sido torturadas.

Durante el juicio que tuvo lugar en 1611 se encontró un registro llevado por los cómplices de la Condesa, en el que figuraban los nombres de más de 650 víctimas.

Todos los ayudantes de la Condesa Bathory fueron condenados a muerte. Tan sólo Elizabeth se salvó de enfrentarse al tribunal, ya que pertenecía a la nobleza. Mientras duró el juicio Elizabeth permaneció encerrada en el castillo.

Sus cómplices murieron en la hoguera y sus súplicas no los pudieron salvar de morir consumidos por las llamas.

Elizabeth Bathory, aunque no fue juzgada, también debía pagar por sus crímenes. El Emperador de Hungría ordenó que se le condenara a prisión de por vida en su propio castillo. Desde el castillo imperial llegaron albañiles con órdenes estrictas de cubrir con ladrillos las ventanas de la fortaleza y de construir una sólida pared frente a la puerta de la habitación de la Condesa. Allí, en su cámara privada, pasaría el resto de sus días. El único contacto que tenía con el mundo exterior era a través de una pequeña rendija por la que le daban a diario sus alimentos.
Una mañana de 1614, 4 años después de haber sido encerrada en su castillo, uno de los carceleros notó que Elizabeth no había tocado su comida. Al asomarse por la pequeña rendija observó que la Condesa Bathory yacía boca abajo sobre el suelo de su celda. Había muerto a la edad de 54 años.

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