sábado, 26 de abril de 2008

El Metal y yo. Segunda parte

Como dije en la entrega anterior, todo cambió musicalmente para mí esa noche en que oí Metallica por primera vez. Ya nada sería igual. Atrás quedaron los años en los que sólo oía el pop ochentoso que sonaba en radio y cualquier cosa que estuviera de moda. Atrás quedaron los Beatles y Queen, dos grupos a los que, la verdad sea dicha, les debo también haber ido acostumbrando mi oído a los sonidos del rock. Atrás quedó el viejo Daniel. Sí, creo que también en parte fue eso. El metal me ayudó, por así decirlo, a definir quién soy en la actualidad.
A ver… para nadie es un secreto que la adolescencia es el período en que nos definimos como personas, en el que damos nuestros pasos hacia la adultez. Antes somos sólo niños y más nada. Pero en la adolescencia, cuando se asientan los gustos y nos “encontramos” a nosotros mismos como individuos, empezamos a mostrar y a moldear los rasgos que después nos definirán como adultos. Pues en eso el metal jugó un papel importante para mí. Yo empecé a oír metal justo en el momento en que empecé a ser adolescente como tal. La llegada del metal a mi vida coincidió con el momento en que empecé, de verdad, a sentirme cómodo con quien era. A definirme como persona. Antes de eso, cuando todavía estudiaba en el San Agustín, me sentía muy pero muy incómodo con quien era, o con quien creía ser.
No me acuerdo muy bien de esa época, pero sí que me acuerdo de la sensación de incomodidad e inconformidad que sentía para conmigo mismo. Sencillamente no me sentía a gusto. Algo me faltaba, pero no sabía qué. Los amigos que tenía… bueno… ya estaba muy alejado de ellos. Y, básicamente, creo que me estaba buscando a mí mismo. Pues todo eso desapareció ese mismo año en que oí Metallica por primera vez.
Dejé atrás lo que era, y me empecé a transformar en lo que soy hoy. Me pude encontrar. Por eso, entre otras razones, es que amo tanto el metal. Es parte de mí, de quien soy. Es parte de mí. No tengo mejor forma para explicarlo. Yo soy “hijo” del metal. Recuerdo que ponerme una franela de Maiden, o de cualquier grupo que me gustara, me hacía sentir hiper bien. Era como decir: “Éste soy yo. Ésta es la persona que quiero ser. Oigo metal y al que no le guste… chao”. Típica rebeldía adolescente. Pero no lo podía evitar. Apenas tenía 15 o algo así. Salía a la calle con unos jeans rotos y unas botas militares, y la obligada franela negra, y me sentía de UN bien. Además, y esto nos ha pasado a todos, tenía necesidad de pertenecer a un grupo; de ver satisfecha esa necesidad de la adolescencia de ser aceptado. Y eso lo encontré en los metaleros.
Me iba a Sabana Grande a la tienda que quedaba por el Libro Italiano, y, al ver a los demás rockeros me sentía parte una “familia”. Sé que suena idiota, pero así era. Yo veía los demás rockeros y veía lo que yo quería ser. Oía los nombres de los grupos que mencionaban y me moría por oírlos, por descubrirlos… me moría por pertenecer cada vez más y más al mundo del metal. Quería más y más ser metalero. Quería que los demás me reconocieran como tal. Claro… a ver… también estaba un profundo gusto y un inmenso amor por la música. Es decir, no era solamente un deseo de “verme” como metalero. No. Yo adoraba, y adoro, la música. Lo que oía y sentía cuando escuchaba Metallica y Maiden era indescriptible.
Sentía que era injusto que esa música hubiera existido desde hace tanto tiempo y yo no lo hubiera sabido. Cada disco que me compraba, cada canción que oía, cada riff de metal que descubría, me hacía quedar boquiabierto y sentir que había llegado adonde debía llegar. Que ésa era mi música. Que eso que los demás no entendían y que calificaban de “ruido” era lo que yo entendía. Era la música que me llenaba. Era la música que me alimentaba el alma y que siempre, pero siempre, me hacía sentir bien, sin importar cuán mal me estuviera yendo en ese momento.
Siempre podía poner el Vulgar Display of Power de Pantera y oír Fucking Hostile o Mouth for War y entrar en un estado de euforia automático.
Era impresionante, y todavía lo es. Escucho metal y… me lleno de energía. Oigo el riff de Seasons in the Abyss de Slayer e inmediatamente sonrío y entro en un estado de felicidad insuperable. Es sentir que la música te corre por las venas y te llena el espíritu. Sólo quien ama la música, la que sea, me puede entender. Yo hoy en día sé que un salsero, o un amante del puqui puqui, puede sentir por su música lo mismo que yo. Y los respeto por eso y comparto su felicidad. Pero lo mío es el metal. Es el metal lo que me llena.
Como dice la canción versionada por Kiss: God gave Rock and Roll to you… gave Rock and Roll to everyone.
Gracias Dios por el metal.

No hay comentarios: