viernes, 2 de mayo de 2008

Mi obsesión por el Tercer Reich. Primera parte.


No recuerdo exactamente cuándo escuché por primera vez hablar sobre el Tercer Reich y los nazis. Imagino que habrá sido en mi clase de Historia Universal, hace ya todos los años del mundo. Lo cierto es que han pasado más de 13 años y yo sigo devorando literalmente cualquier cosa que me cae en las manos sobre los nazis y Adolf Hitler. No sabría decir a ciencia cierta cuántos libros he leído sobre el nazismo, sobre los campos de concentración, sobre la Segunda Guerra Mundial. Ni tampoco podría dar un número aproximado de todas las horas de documentales que he visto sobre el tema, ni sobre las películas que literalmente he visto cientos de veces. Cualquier cosa que trate sobre el período entre 1933 y 1945 de la historia de Alemania y Europa atrae inmediatamente mi atención.

Y no... no soy ningún nazi. Hago esta aclaratoria, completamente innecesaria desde mi punto de vista, porque la gente suele asumir que si estás obsesionado con el nazismo tienes que ser nazi, o algo por el estilo. Muchos parecen no poder entender que se puede estar obsesionado con algo, o sentirse atraído por un tema, sin que eso forme parte de tus convicciones personales. Eso es una señal de brutalidad absoluta. O, al menos, de tener el cerebro cerrado. Yo adoro el tema del nazismo, pero no soy ningún nazi. Y punto.

Me atrevería a decir que fue mi obsesión por la Alemania nazi lo que me llevó, entre otras cosas, a estudiar alemán.

En otro tema de este blog me burlé del alemán. Pero lo cierto es que lo adoro y me fascina su dificultad y pronunciación.

Haber aprendido alemán, y poder entender los escritos y/o discursos de la época en el idioma original, me causa mucho placer. Sé que no debería decir esto como traductor, pero no hay nada como el entender el texto directamente en la lengua de origen.

Pero ése no es el tema. El tema son los nazis.

Los nazis fueron, y esto es descubrir el agua tibia, la encarnación del mal. No hubo jamás en la historia, ni volverá a haber, un sistema político más perverso que el nazismo, cuyo objetivo era, sencillamente, el exterminio de las razas consideradas inferiores y la supremacía de la raza aria. No habrá en la historia un ser más lleno de odio que Adolf Hitler, ni un símbolo que inspire más terror que la esvástica.

A pesar de eso, a mí el tema me atrae irresistiblemente. No me produce ningún pudor, y tampoco creo que debería producírmelo, escuchar discursos de Hitler, ver fotos de los campos de concentración, leer sobre la SS y la SA, y, en general, sobre las instituciones del Dritte Reich.

Supongo que en parte lo que me llama la atención es la idea o la noción de que un sistema político haya podido apoderarse tan indeteniblemente de un país como Alemania, de un pueblo tan progresista como el alemán. Ver todos esos uniformes negros de la SS y los ojos delirantes de quienes asistían a los mítines del NDSAP, escuchar la voz gutural de los altos funcionarios del partido gritando consignas y defendiendo la ideología, y saber que en algún momento hubo un sistema legal que hizo posible el exterminio de un pueblo es sencillamente una idea que me sume en una suerte de hipnotismo bizarro y morboso.

Sí, yo sé que es extraño, y hasta medio enfermo. Pero la verdad es que no lo puedo evitar. Y tampoco es que quiera.

Estando en Alemania ni obsesión se triplicó y hasta estuve a las puertas del campo de concentración de Buchenwald, cerca de Weimar. Leí y leí con más ahínco libros sobre el nazismo e imaginaba las calles que recorría todos los días en los años 30 y 40 repletas de banderas nazis y de adeptos al partido gritando con júbilo al paso de Goebbels o Goering. Busqué en los registros de la ciudad fotos de la época y veía los edificios que conocía adornados con la esvástica. Veía en las calles a los ancianos alemanes que tomaban café en las aceras y me preguntaba qué habrían hecho en la época de la guerra. Interrogué en más de una ocasión a la viejita alemana, en cuya casa me estaba quedando, sobre esa época y escuché fascinado las trágicas historias que me contaba sobre su huída del Este en búsqueda de un refugio para protegerse con su papá y su hermanito de los rusos. Leí con los ojos desorbitados y una sonrisa en los labios, mezcla de morbo y emoción al estar in situ, sobre los judíos que abandonaron esa misma ciudad donde yo estaba, camino a la deportación.

No lo puedo explicar. Es sencillamente fascinación. Pura fascinación.

Continuará...

1 comentario:

Unknown dijo...

Es como si estuvieramos sintonizados con esa epoca no? Es algo que inevitablemente nos llama... sabes que es lo mas triste? Que tu mismo te niegues lo que eres... eres un nazi, y te lo niegas porque 'sabes' lo 'mal' que hicieron... pero planteatelo por un segundo, fantasea con ser un miembro de la schutzstaffel, con tu uniforme, tu rango, y ser parte de uno de los movimientos mas fascinantes de la historia... :) no tiene precio... espero algun dia puedas resolver este conflicto que tienes interno... eres un nazi, aceptalo y no dejes que la sociedad te haga seguir un modelo estereotipado de ser humano, HEIL HITLER!